Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.Palabra del Señor.

El que viene de lo alto:
Cuando leemos el evangelio según san Juan (3,31-36), nos encontramos con una verdad sencilla pero inmensa: Jesús viene de lo alto. No habla por su cuenta, no improvisa, no trae ocurrencias humanas, sino que nos trae las palabras mismas de Dios. Y esto cambia todo. En la vida diaria, donde a veces predominan los discursos vacíos y las promesas rotas, saber que hay alguien que habla con verdad eterna es un refugio seguro para el corazón. En el ajetreo de la parroquia, en las reuniones comunitarias, en las actividades de los movimientos apostólicos, recordar que no estamos repitiendo opiniones humanas sino comunicando una palabra divina le da sentido y profundidad a todo lo que hacemos.
El testimonio que permanece:
Una de las bellezas de este pasaje es que Jesús no viene a imponer su voz a gritos, sino a dar testimonio fiel. Él no necesita manipular ni forzar, porque quien es de Dios escucha su voz de manera natural. En nuestros espacios de servicio —ya sea organizando un retiro, ayudando en un comedor comunitario o acompañando a un hermano en dificultades— estamos invitados a hacer lo mismo: ser testigos tranquilos pero firmes. No necesitamos convencer con argumentos complicados, sino vivir de tal manera que otros vean reflejada en nosotros una verdad que no viene de nosotros, sino del Padre.
El Espíritu sin medida:
Juan nos recuerda que Jesús recibe el Espíritu sin medida. Esta expresión abre una puerta grande a la esperanza. No hay escasez, no hay “poquito” de Dios en Jesús: hay plenitud desbordante. En el trabajo diario de la parroquia, cuando parece que nos faltan manos, tiempo o recursos, recordar que el Espíritu no se nos da a cuenta gotas, sino en abundancia, nos da nueva energía. Cada visita a un enfermo, cada clase de catequesis, cada conversación casual después de misa puede ser un cauce del Espíritu si lo permitimos. No se trata de hacer cosas grandes, sino de hacer todo con el amor grande de Dios.
La vida eterna empieza aquí:
A veces pensamos que la vida eterna es algo que vendrá después, mucho después, como una promesa lejana. Pero este evangelio nos enseña que creer en Jesús ya nos pone en contacto con esa vida que no se acaba. En los grupos de jóvenes, en los talleres de formación, en las misas de domingo, en la vida diaria de cada creyente, ya podemos gustar un anticipo de la eternidad. Y eso transforma nuestra forma de vivir. No trabajamos por obligación ni nos reunimos solo por tradición: nos movemos porque ya hemos saboreado algo que es más grande que nosotros y que no queremos soltar jamás.
La opción que cada uno debe tomar:
El pasaje termina con una advertencia seria pero necesaria: quien no acepta a Jesús se cierra a la vida. Esto no se dice con ánimo de juzgar, sino como quien advierte a un amigo que un puente está roto. En nuestro servicio en la parroquia y en la comunidad, es bueno recordar que no somos mejores que otros, pero sí hemos recibido un regalo que nos transforma. Y nuestra misión no es imponerlo, sino ofrecerlo con alegría, sabiendo que cada corazón tiene su propio camino y su propio tiempo. Nuestro papel es mantener la puerta abierta y el corazón dispuesto.
Meditación Diaria: Hoy el Evangelio nos recuerda que Jesús no viene a imponer, sino a invitar. Nos habla con la autoridad de quien viene de lo alto, pero lo hace desde el amor y la ternura. Al reconocerlo como el enviado del Padre, nuestras vidas se llenan de sentido, y nuestras tareas cotidianas se convierten en espacios de encuentro con lo eterno. En nuestro trabajo, en la familia, en el servicio parroquial, tenemos la oportunidad de ser testigos vivos de la vida que Él ofrece sin medida. Que cada palabra, cada gesto y cada acción sean reflejo de esa vida abundante que no termina. Hoy es un buen día para abrir de nuevo el corazón a la voz que viene de lo alto y dejar que su Espíritu, pleno y generoso, renueve todo en nosotros.