Una red para todos: Evangelio vivido en comunidad

Una red para todos: Evangelio vivido en comunidad

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,47-53): En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos les contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.» Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí. Palabra del Señor.

La red del Reino y nuestras redes cotidianas:

En este pasaje, Jesús compara el Reino de los cielos con una red que recoge toda clase de peces. No dice “algunos peces”, ni “los mejores peces”, sino toda clase. Y eso tiene mucho que decirnos en nuestra vida comunitaria y apostólica. En la parroquia, como en cualquier comunidad cristiana, recibimos personas de toda índole: con historias limpias y otras más enredadas; con fe firme y otros que apenas se están asomando. Pero el Reino no discrimina al lanzar su red. La selección, nos recuerda Jesús, no es nuestra tarea final. Nuestra labor es lanzar la red con generosidad, acoger con apertura y dejar que Dios haga el resto.

En la comunidad, todos caben… pero no todo cabe:

Acoger a todos no significa justificar todo. Y aquí viene la parte delicada. En los grupos de oración, en los equipos de catequesis o en la pastoral juvenil, muchas veces debemos acompañar procesos, escuchar historias y corregir con caridad. No todo lo que llega en la red está listo para el banquete del Reino. Pero tampoco es nuestro papel tirar peces fuera antes de tiempo. El discernimiento, la conversión y la transformación van de la mano del tiempo y del amor. Como animadores de comunidad, debemos aprender a sentarnos en la orilla del corazón del otro, escuchar y acompañar.

Sacar del tesoro lo nuevo y lo antiguo:

Jesús concluye esta enseñanza con una imagen curiosa: un escriba convertido en discípulo del Reino. Alguien que sabe unir lo viejo y lo nuevo. Y qué necesario es eso hoy en nuestras parroquias. Algunos se aferran al pasado como si fuera un museo. Otros quieren lo nuevo como si todo lo anterior estorbara. Pero el Reino tiene memoria y también visión. En nuestras celebraciones, en nuestras reuniones pastorales, incluso en cómo decoramos el templo, necesitamos ese equilibrio: respetar lo que hemos heredado y atrevernos a crear nuevas formas de anunciar a Jesús.

El juicio es real, pero no nos toca a nosotros:

Sí, el pasaje menciona el juicio final. Y no es una amenaza, sino una advertencia amorosa. Jesús no dice esto para asustarnos, sino para que despertemos. Para que no nos acomodemos. Para que revisemos nuestras intenciones. Pero sobre todo, para que no nos pongamos en el lugar del juez. Porque a veces en la parroquia se nos escapa un comentario hiriente, o un juicio precipitado. El horno del que habla Jesús no está hecho para que lo administremos nosotros. Lo nuestro es preparar la mesa, no cerrar la puerta.

La pedagogía del Reino es paciente:

Jesús no habla de una red que saca los peces y de inmediato los separa. Hay un proceso. Hay un “cuando está llena”. Hay espera. Hay tiempo. Y esto también es una enseñanza para nuestros procesos pastorales. No todo se da de inmediato. La conversión no es instantánea. El compromiso no siempre es visible desde el primer momento. Pero si tenemos paciencia, si sembramos con constancia, esa red dará fruto. Y lo que hoy parece poco, mañana puede ser testimonio.

Meditación Diaria: Hoy Jesús nos recuerda que todos somos parte de esa gran red lanzada sobre el mundo. Ninguno queda fuera de su mirada ni de su proyecto. En nuestra comunidad, en nuestro trabajo pastoral, estamos llamados a imitar esa amplitud: invitar, acoger, acompañar. No se trata de tener todo resuelto, sino de tener el corazón abierto. Que nuestras palabras no cierren puertas y que nuestras acciones no sean escollos. Hoy podemos revisar qué tesoros antiguos aún nos sostienen, y qué cosas nuevas Dios nos está regalando para crecer. Y sobre todo, confiar en que quien separa los peces es el mismo que un día nos amó en medio de nuestras propias redes rotas.