Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».Palabra del Señor.

Permanecer unidos a Jesús:
En la vida hay momentos en que sentimos que todo nos exige dar más: en casa, en la parroquia, en el trabajo, en el grupo de oración o en esa comunidad que tanto amamos. Pero cuando las fuerzas flaquean, es fácil olvidar que no estamos llamados a dar fruto por nuestra cuenta. El Evangelio de hoy nos recuerda algo esencial: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Así comienza Jesús, hablándonos como un amigo que quiere que no nos perdamos por querer hacerlo todo solos.
La conexión que transforma:
Jesús no está proponiendo una espiritualidad abstracta ni una metáfora bonita. Está hablando de una relación vital, real y cotidiana. Como los sarmientos que se alimentan de la vid, así necesitamos vivir conectados a Él, no sólo en los retiros o en los momentos de oración profunda, sino en las cosas pequeñas: en el saludo al hermano difícil, en el silencio prudente ante una crítica injusta, en la paciencia con los niños de catequesis que no paran de moverse. Esa conexión diaria con Jesús es la que convierte lo ordinario en fecundo.
Podados para dar más fruto:
El Evangelio también nos habla de la poda. ¡Qué palabra tan incómoda! Pero pensemos: ¿cuántas veces hemos tenido que dejar algo que amábamos porque ya no nos ayudaba a crecer? A veces es una costumbre, un rol que ocupábamos, una forma de servir que ya no da vida, o incluso una relación que nos drenaba. Jesús no poda por capricho, lo hace con ternura de jardinero que conoce su viña. Sabe cuándo cortar para que algo mejor brote. Eso nos invita a confiar también en las pérdidas, en las temporadas en que todo parece detenido. Tal vez ahí está trabajando más que nunca.
Fruto que permanece en comunidad:
Los frutos de los que habla Jesús no son logros personales ni éxitos visibles. Son esas pequeñas acciones que cambian el ambiente de una comunidad: el gesto discreto de quien barre después de una reunión sin que se lo pidan, la sonrisa de bienvenida al recién llegado, la llamada al enfermo que nadie recuerda. En los movimientos apostólicos, en las parroquias, estos gestos mantienen viva la esperanza. Esos frutos no se pudren con el tiempo; permanecen, porque nacen del amor. Y el amor no se mide en cantidad, sino en fidelidad.
Separados, no podemos:
Jesús es claro: “Sin mí no pueden hacer nada”. Lo dice sin dureza, con verdad. En un mundo que nos empuja a la autosuficiencia, estas palabras pueden sonar radicales. Pero son una invitación a descansar en Él. A entender que el servicio no nos exige ser perfectos, sino estar unidos a quien nos fortalece. En lo personal, cuando más agotado me siento, es cuando descubro que he intentado caminar por mi cuenta. Volver a la vid es volver a respirar.
Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos regala una imagen poderosa: Jesús como la vid verdadera y nosotros como sarmientos que sólo dan fruto si permanecen unidos a Él. Nos invita a reconocer que no estamos solos, que nuestras mejores obras brotan de esa comunión con Él. La poda que a veces sentimos como pérdida es, en realidad, cuidado amoroso que nos prepara para nuevos brotes. Hoy, seamos conscientes de esa conexión vital. En cada palabra, en cada tarea pequeña, en cada silencio ofrecido, estemos pegados a la vid. Que nuestro día esté lleno de pequeños frutos de amor que, sin hacer ruido, anuncien que Jesús sigue vivo en medio de su pueblo.