Lectura del santo evangelio según san Juan (6,52-59):
EN aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.Palabra del Señor.

El Pan vivo que nos compromete:
No siempre es fácil aceptar los caminos de Dios. A veces, las palabras de Jesús pueden sonar tan extrañas, tan duras, que nos cuesta digerirlas. Este pasaje del evangelio de san Juan (6,52-59) es uno de esos momentos. La gente discute, murmura, se resiste: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. Pero Jesús no suaviza su mensaje. Al contrario, lo reafirma con firmeza: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. No está hablando en parábolas. Está hablando de algo que cambiará el curso de la historia: su entrega total, su vida ofrecida por amor.
Comulgar no es sólo recibir:
A veces en nuestras parroquias y movimientos nos acostumbramos a recibir la Eucaristía sin detenernos a pensar en lo que significa. Comulgar no es solo “hacer la fila”. Es aceptar la vida de Jesús dentro de la nuestra. Es dejar que nos transforme desde adentro. Es decirle: “Señor, quiero vivir como tú”. Y eso no es poca cosa. Es comprometerse con su estilo de vida: con su ternura hacia los pequeños, con su paciencia con los que se equivocan, con su valentía para enfrentar las injusticias. No hay comunión verdadera sin conversión sincera.
La vida eterna empieza ahora:
Cuando Jesús dice que quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna, no se refiere solo al futuro, al más allá. Está hablando del presente. La vida eterna es esa calidad de vida que se empieza a experimentar ya cuando uno vive unido a Él. Es esa paz en medio del cansancio, esa luz en medio de tantas preguntas, ese amor que no se agota aunque el mundo diga lo contrario. La Eucaristía no es un ritual vacío; es un alimento que nos mantiene vivos por dentro.
Unidos como comunidad, no como extraños:
Este pasaje también nos habla del valor de la comunidad. En cada celebración eucarística no estamos solos. Comemos del mismo pan, nos sentamos a la misma mesa. Eso debería recordarnos que somos hermanos. Pero en la práctica, muchas veces nos cuesta. Nos sentamos juntos en misa pero vivimos aislados, juzgamos rápido, no tendemos la mano. Comulgar con Jesús es también aprender a comulgar con el otro. A veces, en los movimientos apostólicos, hay roces, diferencias, egoísmos. Pero si ponemos a Jesús al centro, si nos dejamos alimentar por Él, poco a poco la comunión se vuelve real.
Vivir como pan partido:
Jesús no solo da pan. Él es el pan. Y se parte, se reparte, se deja comer. Esa es su lógica, su manera de amar. Por eso, quien lo recibe con fe, está llamado a hacer lo mismo. A vivir como pan partido para otros. En casa, en el trabajo, en la comunidad. Partirse es dar tiempo, atención, escucha. Es no quedarse cómodo. Es saber que uno no está aquí solo para llenar su agenda o lograr sus metas. Quien comulga, acepta que su vida tiene que volverse don. Y en eso, aunque cueste, hay una alegría que no se parece a ninguna otra.
Meditación Diaria: El evangelio de hoy nos pone frente a una de las afirmaciones más radicales de Jesús: Él mismo es el pan de vida. No un símbolo, no una metáfora, sino un alimento real. Al recibirlo en la Eucaristía, no solo lo recordamos: lo acogemos, lo integramos, nos unimos a su misterio. Esta unión no se queda en el alma; transforma la manera en que vivimos, hablamos, servimos. Nos convierte en personas más disponibles, más cercanas, más humildes. La comunión con Jesús nos empuja a buscar la unidad en la comunidad, a perdonar, a tender la mano. Hoy es un buen día para renovar nuestro deseo de vivir como Él: como pan partido para el mundo.