Introducción:
El 11 de octubre la Iglesia Católica celebra la memoria litúrgica de San Juan XXIII, el papa bueno que guió a la Iglesia durante un periodo de grandes cambios en el siglo XX. Juan XXIII es quizás uno de los papas más queridos en la historia reciente de la Iglesia, conocido por su sencillez, humildad y deseo de renovar la Iglesia. En su relativamente corto pontificado, convocó el Concilio Vaticano II, que transformaría la vida de la Iglesia al ponerla en diálogo con el mundo moderno.
En esta reflexión, contemplaremos la vida y legacy de este santo pastor que caminó con su rebaño en momentos desafiantes. Veremos cómo su testimonio de fe sencilla pero profunda sigue inspirando a creyentes hoy en día. Y reflexionaremos sobre cómo podemos imitar su espíritu de amor, apertura y deseo de unidad en nuestra propia época.
Un pastor humilde y cercano a su pueblo:
Lo que más resalta de San Juan XXIII es su profunda humildad y cercanía con la gente común. Nacido Angelo Roncalli en 1881 en una familia pobre de campesinos italianos, desde joven abrazó la sencillez franciscana. Cuentan que de niño, cuando cuidaba a las ovejas de su padre en los campos, ya demostraba su amor por los más necesitados, compartiendo su comida con los indigentes que encontraba.
Ordenado sacerdote en 1904, pronto fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, asistiéndole sobre todo en su labor con los pobres y marginados. En 1925 fue consagrado obispo y enviado como delegado apostólico (embajador de la Santa Sede) a Bulgaria, Turquía y Grecia, donde se ganó el aprecio de creyentes y no creyentes por su labor diplomática y asistencia a los refugiados de la Primera Guerra Mundial.
Ya como Papa, desde el inicio dejó claro que su pontificado estaría marcado por la sencillez y la cercanía pastoral. Abolió antiguas tradiciones cortesanas,visitaba regularmente las parroquias de Roma, y cada noche recorría incógnito las calles para conversar con la gente y conocer sus necesidades. Por su sonrisa bondadosa y gestos espontáneos de afecto, rápidamente se ganó el apodo de “el Papa bueno”.
Un pastor que guió a su rebaño hacia nuevos pastos:
Al asumir el pontificado en 1958, Juan XXIII heredó una Iglesia que se percibía a sí misma sitiada en un mundo cada vez más secularizado. Pero el nuevo Papa, con gran intuición pastoral, entendió que los signos de los tiempos requerían no una actitud defensiva sino un aggiornamento, una puesta al día de la Iglesia.
Así, apenas tres meses después de su elección, para sorpresa de muchos, Juan XXIII anunció la convocatoria de un concilio ecuménico, el primero en casi un siglo. El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue un evento que transformó profundamente la vida interna de la Iglesia y su forma de relacionarse con el mundo. Se puso énfasis en la vocación universal a la santidad, se permitió celebrar la Misa en lenguas vernáculas, y se abrió un diálogo respetuoso con otras religiones, con el mundo moderno y con “todos los hombres de buena voluntad”.
Juan XXIII no vivió para ver la conclusión del Concilio, pero con su inspirada convocatoria había iniciado un proceso irreversible de aggiornamento que continuó bajo el pontificado de Pablo VI. Gracias a su visión pastoral, la Iglesia pudo renovarse para responder mejor a los desafíos de los tiempos modernos.
Un pastor que nos convoca a la unidad y la paz:
Hoy, cuando la Iglesia y la sociedad parecen fragmentarse cada vez más, la figura de Juan XXIII nos convoca a recuperar su espíritu de diálogo, apertura y búsqueda de unidad. El lema de su pontificado, “Obedientia et Pax” (“Obediencia y Paz”), sintetiza la convicción de que la verdadera paz nace de la obediencia filial a Dios y del amor al prójimo.
Juan XXIII entendió que la Iglesia debía ser “madre y maestra”, como escribió en su encíclica inaugural Ad Petri Cathedram (1959). Una madre busca siempre la unidad de sus hijos, anteponiendo esta a cualquier división. Un maestro sabe que la verdad debe enseñarse con amor, paciencia y diálogo, no con rigidez o arrogancia.
El papa bueno nos dejó así un luminoso ejemplo de liderazgo pastoral, profundamente arraigado en el Evangelio. Su mirada amable, su fe sencilla pero sólida, y su insistente llamado a la paz, la misericordia y la unidad, siguen hablando con elocuencia en nuestro tiempo. Que por su intercesión seamos también nosotros constructores de comunión en nuestras familias, comunidades y en la sociedad que nos toca vivir.
Conclusión:
La figura de San Juan XXIII sigue inspirando a creyentes y no creyentes por su testimonio de bondad, sencillez evangélica y apertura a los signos de los tiempos. En este día de su festividad, recordamos con gratitud sus enseñanzas pastorales, que nos llaman a renovar nuestra fe, a dialogar mejor con el mundo de hoy, y a ser siempre instrumentos de unidad y de paz. Que el papa bueno interceda por nosotros para ser también testigos del amor misericordioso de Dios en medio de nuestros contemporáneos.
Referencias:
- Ad Petri Cathedram (Juan XXIII, 1959)
- Humanae salutis (Juan XXIII, 1961)
- Pacem in terris (Juan XXIII, 1963)
- Biografía de San Juan XXIII (Catholic News Agency)