Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,24-28):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.»
Palabra del Señor.

Negarse a uno mismo:
No es fácil. Nadie se despierta un lunes por la mañana diciendo: “Hoy voy a negarme a mí mismo con alegría”. Suena extraño, incluso molesto, especialmente en una cultura que aplaude la comodidad, la autoafirmación y el éxito visible. Pero Jesús, sin rodeos ni adornos, nos habla de un camino que va en dirección contraria: negarse a uno mismo no es despreciarse, es ponerse al servicio. Es dejar de ser el centro del mundo para hacer espacio a los demás, especialmente a los que no pueden devolvernos nada.
En nuestras parroquias, este gesto pequeño se repite todos los días. La señora que limpia el templo sin que nadie lo note, el joven que sacrifica una tarde con amigos para preparar la liturgia del domingo, el catequista que llega después de una larga jornada de trabajo… son ejemplos vivos del Evangelio encarnado.
Cargar con la cruz:
No se trata de buscar sufrimientos ni de romantizar el dolor, sino de asumir con dignidad y fe lo que la vida nos presenta. Hay cruces visibles, como la enfermedad o la pobreza, y otras silenciosas, como el cansancio del compromiso comunitario, la frustración en un grupo de apostolado, o la lucha interna por perdonar.
Cargar con la cruz es decidir todos los días no rendirse. Es confiar en que Jesús no nos pide que llevemos la cruz solos, sino con Él. Y cuando se lleva en comunidad, en oración, en servicio compartido, la cruz ya no es castigo, es camino.
Seguir a Jesús:
Seguirlo no significa solo asistir a misa o hacer “cosas de iglesia”. Es mucho más que eso. Es ir donde Él iría: a los márgenes, a las casas de los que han perdido la esperanza, a los corazones que sienten que Dios ya no los mira. Seguirlo es atreverse a vivir diferente, con decisiones que a veces incomodan.
En un movimiento apostólico, por ejemplo, seguir a Jesús puede ser decir la verdad aunque cueste, evitar los protagonismos, acompañar a quien está a punto de abandonar la misión, abrir espacios para los más jóvenes, o perdonar después de un conflicto difícil. Ahí, en lo sencillo y lo real, es donde se juega el seguimiento.
Ganar el mundo o salvar la vida:
A veces confundimos tenerlo todo con vivir plenamente. Pero se puede tener fama, dinero, posición… y estar vacío por dentro. Jesús pone el dedo en la llaga: ¿De qué sirve todo eso si se pierde la vida verdadera? No habla de muerte física, sino de una vida sin sentido, sin vínculos, sin amor.
La vida no se compra ni se recupera con logros. Se entrega, se gasta, se dona. Y en esa entrega, paradójicamente, se encuentra. No hay mayor alegría que descubrir que tu vida ha servido para consolar a alguien, para levantar a un hermano, para acercar a una familia a Dios.
Algunos ya han visto su gloria:
Jesús termina con una promesa hermosa: algunos no morirán sin haberlo visto con majestad. Y no se refiere necesariamente a un espectáculo sobrenatural. Hay quienes han visto esa gloria en una comunidad que renace, en una misión que transforma, en una oración que sana, en una reconciliación que parecía imposible.
La gloria de Jesús no siempre viene con trompetas. A veces viene con el silencio de una capilla, la alegría en una jornada parroquial, la paz de un abrazo después de una discusión. Hay que estar atentos. Porque Él cumple su palabra. Y su majestad no está lejos: está en medio de nosotros.
Meditación Diaria: Hoy, el Evangelio nos recuerda que el camino de Jesús no es cómodo, pero es profundamente liberador. Nos invita a dejar de pensar tanto en lo que “nos conviene” y empezar a preguntarnos qué nos transforma. En la vida parroquial, en la comunidad o en los movimientos, cargar con la cruz significa seguir amando cuando cuesta, seguir sirviendo cuando cansa y seguir creyendo cuando parece inútil. Pero ahí, en lo cotidiano, es donde se encuentra la verdadera vida. Porque cuando uno se vacía por amor, Jesús se encarga de llenarnos con sentido. Él no promete facilidades, pero sí una vida abundante. La promesa de hoy no es solo para el más allá, es para hoy: ver su gloria en lo escondido, en lo frágil, en lo fiel.