Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».Palabra del Señor.

La espera que también es compromiso:
El Evangelio que escuchamos hoy, tomado de Lucas 19,11-28, presenta a un grupo de personas que reciben una responsabilidad mientras su señor se ausenta por un tiempo. No se trata de una simple parábola sobre inversiones; es una invitación a revisar cómo vivimos el tiempo que se nos ha confiado. A veces creemos que basta con “no hacer daño”, pero Jesús muestra otra cosa: la vida de fe no se sostiene con manos cruzadas. Cada día es una oportunidad para aportar algo: un gesto, un servicio, una palabra que anima, un proyecto que acerca a otros a Dios sin discursos complicados.
Lo pequeño que transforma la comunidad:
En la parroquia lo vemos todos los días. Quien llega temprano a encender las luces del templo, quien prepara el café después de la misa, quien escribe un mensaje para invitar a un retiro, quien llama a un enfermo… Todo eso parece pequeño, pero es la manera concreta en que multiplicamos los dones que el Señor ha puesto en nuestras manos. Hay quienes creen que su aporte no pesa, que otros pueden hacerlo mejor; sin embargo, la parábola demuestra que Jesús toma en serio cada gesto que nace desde el deseo sincero de servir.
Cuando el miedo nos frena:
Muchos de nosotros nos parecemos al siervo que guardó la moneda en un pañuelo. No era mala persona; simplemente tuvo miedo. Miedo a equivocarse, a ser juzgado, a no hacerlo “lo suficientemente bien”. En la vida comunitaria esto se siente: personas que quieren integrarse a un ministerio, pero dudan; jóvenes que desean participar más, pero creen que no están listos; adultos que sienten que ya no tienen nada nuevo que aportar. Jesús no exige perfección: pide confianza. Pide dar un paso, aunque sea pequeño, sin escondernos detrás de excusas que con el tiempo se convierten en hábitos.
En la misión apostólica de cada día:
Quienes participan en movimientos apostólicos conocen esta dinámica: reuniones, actividades, retiros, visitas, organización, seguimiento. Todo eso funciona cuando cada cual asume su parte. La parábola recuerda que no somos espectadores; somos custodios activos del proyecto del Reino. No se trata de acumular resultados, sino de mantener vivo el deseo de servir. Cada movimiento, cada comunidad, cada parroquia necesita manos disponibles, corazones atentos y miradas que sepan descubrir oportunidades en lo cotidiano.
Un llamado a vivir con sentido:
Jesús, al contar esta historia, no quiere que trabajemos por obligación, sino que entendamos que nuestra vida tiene un propósito. El tiempo que nos da no es solo para concluir tareas, sino para aprender a amar con mayor hondura. Y eso toma forma en la rutina de cada día: en el trabajo, en las decisiones familiares, en la paciencia con la que acompañamos a otros. La parábola nos invita a preguntarnos qué estamos haciendo con lo que Dios ha puesto en nuestras manos, no para sentir culpa, sino para despertar esperanza.
Meditación Diaria: Este Evangelio nos recuerda que cada persona recibe algo valioso de parte de Dios: tiempo, talentos, sensibilidad, capacidad de acompañar, de escuchar, de organizar, de consolar. No se trata de compararnos, sino de reconocer lo que ya está en nosotros. Jesús nos invita hoy a dar un paso sencillo pero firme: usar lo que tenemos para acercar luz a quienes encontramos en el camino. En la casa, en la parroquia, en el trabajo, en un ministerio o en un gesto de cercanía, siempre hay una oportunidad para multiplicar vida y alegría. Que este día nos encuentre disponibles, sin miedo a equivocarnos, abiertos a servir con sencillez. Que sepamos confiar más y escondernos menos. Y que todo lo que hagamos, incluso lo pequeño, sea una respuesta agradecida al amor que Dios siembra en nuestra historia.