El Mandamiento que lo Cambia Todo

El Mandamiento que lo Cambia Todo

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor.

Amar con todo lo que somos:

No es lo mismo decir «yo creo» que «yo amo». La fe puede quedarse en la cabeza, pero el amor toca las manos, los pies y las decisiones. Jesús, sin rodeos ni discursos largos, va al centro del Evangelio: amar a Dios con todo lo que uno es y al prójimo como a uno mismo. Nada más. Y, lo que es más impactante: nada menos. Este amor no es emoción pasajera, es entrega diaria. No se dice solo con palabras, se escribe en las decisiones que tomamos cuando nadie nos ve.

El amor como raíz de comunidad:

En nuestras parroquias y comunidades apostólicas, se habla mucho de estructuras, calendarios y comités. Todo eso tiene su lugar, claro, pero cuando perdemos de vista el amor, esos mismos espacios se vuelven fríos, burocráticos, incluso pesados. Jesús no vino a fundar oficinas ni juntas, vino a enseñarnos a vivir como familia. ¿Cómo se nota eso? Cuando en una reunión se escucha más de lo que se interrumpe, cuando se acompaña al enfermo sin que nadie lo pida, cuando alguien se queda después de misa para ayudar a limpiar sin esperar que lo aplaudan.

El prójimo incómodo también cuenta:

Amar al prójimo no se limita a los que nos caen bien o piensan como nosotros. Amar al prójimo es también ese paso incómodo de mirar con ternura al que nos saca de quicio. Es ese padre de familia que lleva años cargando heridas y que no encuentra cómo hablar con su hijo. Es esa señora que siempre está molesta, pero quizás lo único que necesita es que alguien la escuche cinco minutos sin corregirla. Jesús no pone filtros cuando habla de amar. Para Él, todos somos “el otro”.

Dios no se ama desde el aire:

Amar a Dios no es asunto de canciones bonitas ni de decir “Señor, Señor” cada domingo. Jesús es muy claro: quien ama a Dios, se nota en cómo trata al que tiene al lado. A veces creemos que el amor a Dios es una especie de experiencia emocional intensa, pero lo cierto es que se manifiesta en lo sencillo: en cómo saludamos, en cómo pedimos perdón, en cómo repartimos el pan. A Dios se le ama cuando se ama al vecino con quien compartes la banca, la calle, el silencio.

Un estilo de vida, no una obligación:

Este mandamiento no es una carga. Es una forma de vivir más liviana, más profunda, más plena. Es el camino de quienes han entendido que el Evangelio no es un reglamento para los perfectos, sino un susurro de vida para los que todavía están aprendiendo a amar. Amar a Dios y al prójimo no es un «checklist», es un horizonte. Si lo olvidamos, nos cansamos. Pero si lo recordamos, todo recobra sentido, hasta las tareas más sencillas del día.

Meditación Diaria: Hoy, Jesús nos vuelve a lo esencial: amar. No se trata de hacer muchas cosas, sino de hacerlas desde el amor. Cada encuentro, cada palabra, cada gesto, puede ser un pequeño acto de amor hacia Dios y hacia el otro. En nuestras parroquias, trabajos y familias, estamos invitados a volver al centro, a ese amor que da sentido a todo lo demás. No hay mejor testimonio que una vida vivida con amor sincero, sin adornos. Que el día de hoy no se nos escape sin amar al menos un poco más y sin mirar con ternura a quien tengamos cerca. Allí está Dios.