Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,29-33):
En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»
Palabra del Señor.

Cuando la vida pide detenerse un momento:
Hay días en los que uno descubre que la vida tiene sus propios avisos, igual que esos brotes de verano de los que habla Jesús. No aparecen de golpe, pero cuando se asoman, cambian el ritmo interno. Así pasa en la rutina diaria, en la parroquia, en el trabajo pastoral, en los grupos de servicio: siempre hay señales pequeñas que dicen que Dios está moviendo algo. A veces llegan en forma de personas nuevas que se acercan tímidas, o en esa conversación inesperada que abre caminos. Lo importante es no pasar por encima de esos detalles.
Las señales que despiertan algo interior:
Jesús habla de la higuera porque cualquiera en su época entendía lo que significaba verla brotar: promesa. En nuestra vida, las “higueras” pueden ser cosas tan sencillas como notar mayor unidad en un equipo de voluntarios, ver a un joven participar por primera vez, o sentir que una familia vuelve a confiar en la comunidad. Aunque parezcan gestos pequeños, tienen la capacidad de anunciar cambios más grandes. El reto es aprender a leerlos sin caer en el ruido que distrae.
La palabra que sostiene cuando nada es claro:
Jesús asegura que sus palabras no pasan. Y eso, para quienes trabajamos con gente, es un consuelo profundo. Porque hay temporadas donde todo parece moverse: agendas que no cuadran, proyectos que se retrasan, tensiones inesperadas, personas que se alejan. En esos momentos, tener algo que no cambia —una palabra que permanece— permite respirar. No es una teoría; es algo que se experimenta en comunidad cuando, por ejemplo, un consejo parroquial decide tomar una decisión difícil desde la escucha honesta, o cuando un grupo apostólico entiende que su misión es servir incluso en lo pequeño.
Lo que florece cuando se sirve juntos:
Ver brotar la higuera no es sólo un acto de observación; también implica esperanza activa. En la vida parroquial eso se nota cuando cada quien aporta algo de sí: la persona que acomoda los bancos antes de la misa, la señora que prepara el café para la reunión, el joven que corre los equipos de sonido, el que nadie ve pero que mantiene el templo limpio. Todos esos gestos crean un clima donde el Reino se asoma sin escándalo. Jesús parece decirnos: “Mira bien, ya está empezando”.
Vivir atentos sin caer en la prisa:
Hay una diferencia entre vigilar y vivir ansioso. Jesús invita a lo primero: a estar despiertos, conectados con la realidad, sin exageraciones ni miedos. Es un estilo de vida. En la familia, en el trabajo, en la comunidad, la invitación es a afinar el corazón para saber cuándo actuar, cuándo esperar, cuándo animar y cuándo guardar silencio. La higuera brota cuando debe; no antes ni después. Así también las obras de Dios en cada uno.
Meditación Diaria: A veces basta con mirar un detalle para descubrir que Dios lleva tiempo trabajando en nuestra vida. El Evangelio de hoy nos recuerda que el Reino no llega con anuncios estruendosos, sino con señales discretas que piden atención y confianza. Cuando Jesús dice que sus palabras no pasan, nos está ofreciendo un punto firme desde el cual vivir cada día, especialmente cuando las cosas cambian y no sabemos bien hacia dónde vamos. Que esta jornada sea una invitación a mirar la “higuera” de nuestra propia historia: ese gesto amable, esa oportunidad que llega sin ruido, esa fortaleza inesperada que aparece justo cuando se necesita. Que hoy podamos reconocer que el Reino está más cerca de lo que creemos y que nuestras acciones pequeñas —en la casa, en la parroquia, en la comunidad— tienen un valor que trasciende.