Cuando Jesús pone la casa en orden

Cuando Jesús pone la casa en orden

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,45-48):

En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos.»»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

Palabra del Señor.

La casa que nos sostiene:

A veces uno piensa que este pasaje es solo un momento fuerte de la vida de Jesús, pero cuando se mira con calma, toca asuntos muy cercanos a nuestra rutina. Jesús entra al templo y encuentra un desorden que no es solo físico; es un desorden del corazón. La oración había sido desplazada por lo urgente, por lo cómodo, por lo que generaba ventaja para algunos. Y cuando la relación con Dios pierde su centro, todo lo demás empieza a enredarse.

En nuestras parroquias también pasa. No por mala intención, sino porque el día a día nos consume. Entre reuniones, actividades, preparaciones y mil asuntos, se cuela ese “comercio” interior que no siempre significa dinero, sino distracciones, protagonismos, rutinas que dejamos correr sin preguntarnos si están ayudando a alguien. Jesús nos invita, de una manera firme pero cercana, a revisar qué hemos puesto en medio de nuestro encuentro con Él.

Revisar lo que ocupa nuestro templo interior:

Cada persona tiene un “templo” propio, ese espacio íntimo donde se guardan las decisiones más importantes. A veces lo llenamos de pendientes, de preocupaciones que arrastramos como si dependiera de nosotros mantener todo de pie. Otras veces lo llenamos de opiniones ajenas, comparaciones y dudas que nos nublan. Jesús, al purificar el templo, no está señalando con dureza; está recordándonos que la vida se vuelve más clara cuando lo esencial está limpio y a la vista.

Vale la pena preguntarse: ¿qué está ocupando espacio que no debería estar ahí? ¿Qué prácticas, hábitos o pensamientos se han instalado sin darnos cuenta? El evangelio no busca que nos culpemos, sino que nos reordenemos.

La misión cotidiana en la parroquia y en la comunidad:

En nuestras comunidades, Jesús nos invita a poner orden no desde la rigidez, sino desde la autenticidad. Cuando servimos en un grupo, en un ministerio o en algún movimiento apostólico, es fácil caer en la tentación de funcionar como una oficina: todo rápido, todo marcado, todo “porque siempre ha sido así”. Pero el templo, que ahora es la comunidad viva, necesita espacios donde la gente pueda respirar, escuchar, aprender y sentirse acogida.

Cada tarea —desde preparar una misa hasta ayudar en un comedor, desde organizar una reunión hasta visitar a un enfermo— puede convertirse en un lugar de encuentro si se hace con un corazón limpio. Jesús enseñaba cada día en el templo. Eso significa constancia, cercanía y paciencia, no perfección. La misión pastoral no está hecha de grandes gestos, sino de una entrega sencilla y sostenida.

Recuperar la enseñanza diaria de Jesús:

El evangelio dice que el pueblo lo escuchaba con gusto. Quizá porque Jesús no complicaba las cosas. Explicaba con claridad, miraba a cada uno con respeto, hablaba directo al dolor y a la esperanza. Ojalá nuestras comunidades recuperen esa manera de transmitir la fe: sin adornos innecesarios, sin prisa, sin miedo a conversar con sinceridad.

Cuando Jesús limpia el templo, está abriendo espacio para que la Palabra llegue a donde tiene que llegar. En la vida parroquial también necesitamos quitar lo que estorba para que la enseñanza vuelva a ser lo que alimenta, anima y levanta.

Meditación Diaria: Hoy el evangelio nos recuerda que Jesús desea un corazón ordenado, no perfecto, pero sí disponible. Su gesto en el templo no es un reproche, sino una invitación a recuperar lo que da sentido: la oración, la escucha y el servicio auténtico. Cada uno puede mirar su vida con calma y preguntarse qué necesita limpiar, qué necesita dejar, qué necesita volver a encender. En la parroquia, en el hogar y en cualquier grupo apostólico, este mensaje nos impulsa a simplificar, a enfocarnos en lo que une y a dejar atrás lo que nos desenfoca. Jesús sigue entrando en nuestra vida como entró en el templo: no para señalar, sino para abrir espacio a la paz que llega cuando lo importante vuelve a su sitio.