Cuando la ausencia despierta la fe

Cuando la ausencia despierta la fe

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,2-8):

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Palabra del Señor.

El sepulcro abierto y la carrera interior:

El relato comienza con un movimiento apresurado. María corre, Pedro corre, el discípulo amado corre. No es solo una carrera por el camino de Jerusalén; es la prisa del corazón cuando algo no encaja. Todos hemos vivido ese momento en que una ausencia nos descoloca: una puerta cerrada en la parroquia cuando esperábamos encontrar a alguien, una silla vacía en una reunión comunitaria, un silencio inesperado en casa. El sepulcro abierto no ofrece respuestas inmediatas, solo preguntas. Y, sin embargo, esas preguntas ponen en marcha lo mejor de nosotros, nos sacan del letargo y nos obligan a buscar juntos.

Mirar con atención antes de hablar:

El texto es sorprendentemente sobrio. Se entra, se observa, se notan los lienzos en el suelo. Nadie hace un discurso. Hay una pedagogía silenciosa aquí que sirve mucho para la vida diaria y el trabajo apostólico. A veces queremos explicar demasiado rápido lo que aún no comprendemos. En la comunidad, en los grupos, en el servicio, conviene aprender a mirar primero: escuchar a quien llega cansado, observar qué necesita realmente una familia, leer los signos pequeños antes de tomar decisiones grandes. La fe madura no se precipita; aprende a detenerse.

Creer no es lo mismo que entender:

El discípulo amado entra, ve y cree. No se dice que entienda todo. Cree. Eso nos libera de una presión innecesaria: no hace falta tener todas las respuestas para dar un paso confiado. En la parroquia, muchas veces seguimos adelante sin garantías claras: organizamos una actividad sin saber cuántos vendrán, abrimos un espacio de acogida sin saber si habrá recursos suficientes. Creer, aquí, es fiarse de que Dios actúa incluso cuando el panorama es incompleto. Jesús no se impone con pruebas abrumadoras, sino que invita a una confianza sencilla.

La ausencia que se vuelve presencia:

El sepulcro vacío no es un truco ni un final abrupto. Es una ausencia que habla. En la vida comunitaria también hay ausencias que nos marcan: personas que ya no están, etapas que se cerraron, proyectos que no continuaron. Este evangelio enseña que no toda ausencia es fracaso. Algunas son umbrales. Cuando dejamos de aferrarnos a lo que fue, empezamos a descubrir nuevas formas de presencia de Jesús en lo cotidiano: en el servicio discreto, en la constancia silenciosa, en la fidelidad de cada día.

Caminar juntos aunque pensemos distinto:

Pedro y el otro discípulo no viven el momento de la misma manera, pero caminan hacia el mismo lugar. Esto es muy real en cualquier comunidad cristiana. No todos sentimos igual, no todos comprendemos al mismo ritmo. Aun así, el evangelio no elimina la diversidad; la integra. En los movimientos apostólicos, en los consejos pastorales, en los equipos de trabajo, la comunión no nace de pensar idéntico, sino de caminar hacia Jesús desde nuestra propia experiencia, con respeto y paciencia.

Cuando la fe empieza a madurar:

Este pasaje no es un final triunfal; es un comienzo discreto. La fe aquí empieza a germinar, todavía frágil, todavía abierta. Así es también nuestra fe diaria: se construye en gestos pequeños, en decisiones honestas, en una esperanza que no hace ruido. El sepulcro vacío nos recuerda que Dios suele adelantarse, y que nuestra tarea no es controlarlo todo, sino dejarnos sorprender y seguir caminando.

Meditación Diaria: El evangelio de hoy nos invita a revisar cómo reaccionamos ante lo inesperado. El sepulcro vacío no ofrece certezas inmediatas, pero despierta una fe que se atreve a dar pasos sin verlo todo claro. En la vida diaria, en la parroquia y en la comunidad, también encontramos ausencias, silencios y preguntas. Este texto nos anima a no huir de ellas, sino a mirarlas con atención y a caminar juntos, respetando los distintos ritmos de cada persona. Creer no es tener todas las respuestas, sino confiar en que Jesús sigue actuando, incluso cuando no lo percibimos de inmediato. La fe madura en lo sencillo: en la escucha, en la paciencia, en el servicio constante. Hoy se nos recuerda que Dios abre caminos nuevos precisamente allí donde pensábamos que todo había terminado, y que cada paso confiado puede convertirse en un comienzo.