Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,28-30):
En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y dijo:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».Palabra del Señor.

El cansancio que no confesamos:
Hay días en que uno se levanta y siente que no llega a todo. Entre el trabajo, los compromisos familiares, las tareas de la parroquia y los asuntos que van apareciendo sin avisar, el corazón termina más saturado que la agenda. A veces nos acostumbramos a caminar así, como quien carga varias bolsas a la vez, pensando que es normal vivir con el alma en tensión. En medio de ese ritmo acelerado, las palabras de Jesús —tan breves y tan directas— nos sorprenden: “Vengan a mí… yo los aliviaré”. No es una frase adorno; es una invitación real a bajar lo que llevamos encima.
El yugo que no oprime:
En la vida parroquial solemos hablar de servicio con entusiasmo, pero también es cierto que algunas responsabilidades pesan cuando se hacen sin pausa o sin espacios para respirar. Jesús no promete quitarnos toda tarea; lo que ofrece es caminar a nuestro lado, equilibrando la carga para que no nos hunda. Su yugo no aplasta: acompaña. Cuando uno trabaja en comunidad —en un movimiento apostólico, en la catequesis, en la liturgia, en grupos de visita o acompañamiento— la diferencia se nota cuando recordamos que no somos empleados de lo sagrado, sino colaboradores que Él sostiene. En ese detalle nace la ligereza.
Un corazón sencillo para la vida diaria:
Jesús propone aprender de su sencillez. Y la sencillez no es falta de profundidad; es vivir sin doble fondo, sin aparentar fuerza cuando el alma pide auxilio. En los grupos parroquiales, en las reuniones comunitarias y hasta en la oficina, la sencillez abre puertas. Permite pedir ayuda sin vergüenza, reconocer límites y compartir lo que somos sin máscaras. Cuando uno deja espacio a la humildad, descubre que los demás también respiran aliviados porque ya no sienten la presión de competir o de demostrar perfección.
Descanso que transforma la misión:
El descanso del que habla Jesús no es holgazanería; es un respiro que recupera la mirada. Cuando uno hace una pausa sincera en su presencia —aunque sea unos minutos en el templo vacío, frente al sagrario, o mientras se espera en el carro antes de entrar al trabajo— se ordena algo dentro. Lo que parecía imposible se acomoda. Lo que parecía urgente pierde su tiranía. Ese descanso devuelve claridad para servir con alegría, escuchar con paciencia y acompañar sin agotarse interiormente.
Aprender a soltar para caminar mejor:
Las comunidades crecen cuando quienes las forman no se sienten sobrecargados. A veces hace falta revisar hábitos: delegar, confiar en otros, no asumir todas las tareas, permitir que nuevas manos entren en la misión. Jesús no pide héroes agotados; pide discípulos que caminen a su paso. Cuando uno suelta lo que no le corresponde, recupera libertad para lo esencial: amar, servir con serenidad y estar disponible para lo que realmente construye.
Meditación Diaria: Hoy Jesús nos recuerda que no estamos solos ante el cansancio que a veces llevamos disimulado. Sus palabras son una invitación a respirar hondo y dejar que Él nos acompañe en lo que pesa. Su yugo no añade carga: equilibra. Su humildad no exige perfección: da espacio para ser auténticos. Al hacer una pausa en su presencia, descubrimos que la vida diaria, el trabajo y la misión pastoral se ven con otra luz. Podemos servir sin sentirnos al borde del agotamiento, y podemos caminar sin la presión de tener que demostrar fortaleza todo el tiempo. El descanso que Él ofrece no es evasión; es un reencuentro con lo que somos y con lo que nos llama a vivir. Que este día sea oportunidad para entregar lo que nos sobrecarga y recibir la paz que nos permite continuar con ánimo y corazón limpio.