La alegría de volver a casa

La alegría de volver a casa

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,12-14):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Palabra del Señor.

El corazón que busca sin cansarse:

A veces, cuando en la parroquia revisamos listas de catequesis, reuniones o compromisos del mes, notamos ausencias que se repiten. Personas que dejaron de venir, jóvenes que se fueron apagando, adultos que antes servían mucho y hoy apenas aparecen. Este pasaje del Evangelio nos recuerda que, para Jesús, cada nombre importa. No hay “casos perdidos”. No hay “ya no vuelve”. Hay un amor que no se rinde y que sale a caminar, incluso cuando la jornada es larga y las excusas pesan.
En la vida diaria, esta actitud puede verse en algo tan sencillo como enviar un mensaje a quien hace tiempo no aparece, visitar a quien se distanció o acercarse con suavidad a quien parece haberse cerrado. No es insistencia acosadora; es un cariño que se mantiene disponible, como quien deja la puerta entreabierta con luz encendida.

La alegría de recuperar lo que parecía alejarse:

Jesús habla de una alegría desbordante cuando se encuentra la oveja perdida. En la comunidad, esa alegría también existe. A veces alguien regresa después de meses y basta su presencia para que el ambiente cambie. No porque sea “especial” en un sentido sentimental, sino porque, al volver, nos recuerda que somos una familia que se sostiene mutuamente.
En los movimientos apostólicos sucede igual. Una persona que reaparece suele llegar con historias nuevas, con heridas o con aprendizajes que enriquecen al grupo. Es una oportunidad para escuchar más y hablar menos. El reencuentro nos invita a revisar si hemos creado un espacio donde la gente se sienta acogida sin necesidad de dar explicaciones largas.

El cuidado de lo cotidiano:

Este Evangelio no trata solo sobre grandes gestos. También habla de cómo cuidamos los vínculos pequeños: un saludo genuino en la misa, una palabra amable para quien sirve en silencio, la paciencia con quienes están aprendiendo. Esas cosas sencillas evitan que otros se “pierdan” sin que nos demos cuenta.
A veces, en el trabajo parroquial, pensamos que todo depende de las reuniones y los planes, pero la vida comunitaria se sostiene con detalles cotidianos: recordar un cumpleaños, preguntar por la familia, ofrecer ayuda sin esperar que la pidan. La oveja perdida no siempre es alguien lejano… a veces está sentada a dos bancas de distancia.

Un llamado para todos:

Este pasaje también nos interpela personalmente. ¿Cuántas veces sentimos que nos hemos extraviado un poco? ¿Cuántas veces percibimos que la fe se vuelve rutina o que la oración se enfría? Jesús nos busca con la misma dedicación con la que el pastor sale tras su oveja. Esa certeza trae paz. No se trata de culpa, sino de reconocer que somos acompañados con ternura.
En los grupos de servicio o en la comunidad, cuando alguien se siente perdido, lo que más ayuda no es un sermón, sino la cercanía de quienes saben escuchar. Ese acompañamiento sencillo puede convertir un retorno en un nuevo comienzo.

Meditación Diaria: Hoy el Evangelio nos recuerda que nadie es invisible para Jesús. Cada persona tiene un valor innegociable y su presencia —o su ausencia— importa. La imagen del pastor que deja las noventa y nueve no es exageración; es una forma directa de mostrarnos que la comunidad se construye cuidando a quien más necesita compañía. En la vida parroquial, esto se traduce en gestos concretos: revisar a quién no hemos visto, acercarnos con amabilidad, ofrecer espacios donde la gente pueda volver sin sentirse juzgada. También es una invitación a permitir que Jesús nos encuentre cuando somos nosotros quienes nos hemos alejado. El día de hoy puede ser una ocasión para mirar alrededor y preguntarnos: ¿quién necesita una palabra de cercanía?, ¿qué nombre he dejado en silencio demasiado tiempo? El Evangelio nos asegura que siempre es buen momento para volver a casa y celebrar juntos.