Lectura del santo evangelio segun san Lucas (10,21-24):
EN aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».Palabra del Señor.

Alegría que nace del interior:
Hay momentos en los que uno siente que la vida cotidiana —las prisas del trabajo, los compromisos, las reuniones comunitarias— parece avanzar más rápido que el corazón. Por eso sorprende tanto el pasaje de Lucas 10,21-24, cuando Jesús se llena de alegría profunda al ver cómo los pequeños, los sencillos, los que no aparentan gran cosa, son capaces de entender lo que los “sabios” no alcanzan. Esa alegría no es superficial; es la satisfacción de ver que el corazón abierto percibe lo que el cálculo no comprende. En nuestra parroquia pasa algo parecido cuando una persona humilde capta el sentido de un gesto fraterno antes que cualquiera de nosotros.
Acoger lo que Dios revela en lo sencillo:
A veces pensamos que entender a Dios exige grandes estudios o técnicas extraordinarias. Sin embargo, Jesús señala todo lo contrario: las verdades más hondas llegan cuando dejamos espacio para lo sencillo. En la pastoral diaria lo notamos cuando un voluntario de la comunidad, sin mucha teoría, expresa una fe que ilumina a todos; o cuando un niño, con una frase desordenada pero sincera, nos recuerda lo esencial. No es falta de preparación; es apertura. Y esa apertura transforma la vida parroquial, porque hace que todo —desde una reunión de catequesis hasta un ensayo del coro— se vea con ojos nuevos.
Ver a Jesús con claridad en la vida común:
Los discípulos escuchan a Jesús decirles que son afortunados por ver lo que otros desearon ver y no vieron. Y uno se pregunta: ¿qué estamos viendo nosotros que a veces pasamos por alto? No necesariamente milagros extraordinarios, sino gestos cotidianos que revelan la presencia de Dios: un abrazo después de una discusión, el silencio respetuoso en una visita al enfermo, el cansancio compartido después de un evento parroquial que salió bien. Ver a Jesús es aprender a leer esos momentos con gratitud, como quien descubre un detalle que siempre estuvo ahí, pero recién ahora lo reconoce.
Caminar juntos en la misión:
El pasaje también nos recuerda que la fe no se guarda en una gaveta. Jesús envía, anima y acompaña. Y nosotros, en nuestros movimientos apostólicos, aprendemos a caminar juntos: a organizarnos, repartir tareas, sostenernos cuando alguno está desmotivado. En esos espacios comunitarios se vive el Evangelio con olor a gente, con manos llenas de trabajo y con conversaciones espontáneas durante una actividad. Allí se revela lo que Jesús celebra: la capacidad de dejarnos moldear por Dios en la convivencia sencilla.
Una invitación para el día de hoy:
Quizá la enseñanza de este Evangelio sea simple: permitir que Dios hable en lo pequeño. No buscar experiencias extraordinarias, sino dejar que el trabajo parroquial, la familia, el barrio, nuestras fragilidades y nuestros intentos se conviertan en lugar de encuentro con Jesús. Él sigue alegrándose cuando el corazón humilde escucha lo que otros prefieren complicar.
Meditación Diaria: Hoy el Evangelio nos recuerda que Dios se deja encontrar en la sencillez. No hace falta dominar conceptos difíciles ni tener una vida perfecta; basta un corazón dispuesto. Jesús se alegra al ver que quienes se abren con humildad descubren aquello que otros pasan por alto. En nuestra rutina —en la parroquia, en el trabajo, en la casa— siempre hay señales de su presencia: una palabra amable, un gesto de servicio, un momento de paz inesperado. Vale la pena detenernos y mirar con más calma lo que ya está delante de nosotros. Que este día nos encuentre atentos, agradecidos y disponibles para dejar que Dios ilumine lo cotidiano, sin prisas ni exigencias innecesarias. Así, poco a poco, nuestra vida se vuelve un espacio donde Jesús se hace visible en lo más simple.