Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,41-44):
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»
Palabra del Señor.

El cuidado en lo pequeño:
La parábola que presenta Jesús en Lucas 19,11-28 siempre nos deja pensando. No es una historia lejana ni ajena; refleja lo que pasa cada día en nuestras casas, en el trabajo, en la parroquia y hasta en las reuniones de un movimiento apostólico. Jesús habla de encargos sencillos, de cosas pequeñas que revelan nuestra forma de vivir. A veces pensamos que solo lo grande transforma, pero en esta enseñanza todo empieza con un gesto humilde, casi cotidiano. Allí se mide la fidelidad: en lo que no se ve, en lo que nadie aplaude, en la tarea que parece de rutina pero sostiene la vida de la comunidad.
La responsabilidad compartida:
Cada uno recibe algo distinto. Algunos un talento grande, otros uno más pequeño, pero todos recibimos algo. Esa variedad no es casualidad, ni una competencia secreta. Es una invitación a preguntarnos qué estamos haciendo con lo que ya está en nuestras manos: tiempo, paciencia, una habilidad discreta, una palabra que consuela, una presencia constante en la parroquia, un servicio que nadie ha pedido pero que se nota cuando falta. Jesús no habla de producir por producir; habla de cuidar, multiplicar, acompañar e impactar desde lo que somos.
El valor de la presencia diaria:
En la vida comunitaria hay quienes sostienen todo en silencio. Personas que colocan las sillas antes de una reunión, que abren la capilla temprano, que preparan el salón sin anunciarlo en redes sociales. En esta parábola, esos rostros anónimos encajan perfectamente con los siervos que entendieron el corazón del encargo. No esperaron instrucciones adicionales; simplemente actuaron con la sensibilidad de quien comprende que cada gesto construye Reino. Así también en casa: quien prepara la comida, quien escucha, quien ayuda a mantener el orden… todos siembran algo que crece.
Cuando dejamos pasar oportunidades:
Hay momentos en que preferimos guardar la “moneda” del día, esconderla en un pañuelo emocional, por miedo, cansancio o inseguridad. A veces pensamos que nada cambiará si no hacemos nuestra parte, o que otros lo harán mejor. Jesús nos muestra que ese miedo termina apagando la energía de lo bueno. No nos regaña; nos invita a despertar. Y cuando uno despierta, descubre cuántas oportunidades pequeñas pasan frente a nosotros: tender un puente, llamar a alguien que hace semanas no vemos en la comunidad, apoyar un proyecto que parecía insignificante.
Seguir avanzando con sencillez:
La vida parroquial y el trabajo apostólico no pueden levantarse solo con grandes eventos. Lo que realmente sostiene todo es la constancia. Personas que, como los siervos fieles, avanzan sin esperar reconocimientos. Esta parábola nos anima a dejar de medir lo que hacemos y empezar a agradecer que podemos hacerlo. No es un concurso, es una misión compartida.
Meditación Diaria: La enseñanza de Jesús hoy nos recuerda que las cosas pequeñas tienen un peso inmenso. Nada de lo que hacemos con amor se pierde. Cada tarea, por sencilla que parezca, es una semilla que transforma el ambiente donde vivimos. El mensaje de Lucas 19,11-28 nos invita a mirar nuestras manos y reconocer lo que ya tenemos para ofrecer. Tal vez no sea mucho, pero puede ser exactamente lo que alguien necesita. La constancia, la alegría en servir y la voluntad de acompañar construyen una vida más plena. Hoy vale la pena detenerse un momento y preguntarnos cómo podemos multiplicar lo bueno en nuestro entorno. No hace falta nada extraordinario: basta con empezar por lo cercano, por lo que está a nuestro alcance, confiando en que Jesús acompaña cada paso.