Amar sin calendario: el sábado de la compasión

Amar sin calendario: el sábado de la compasión

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1-6):

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Se encontró delante un hombre enfermo de hidropesía y, dirigiéndose a los maestros de la Ley y fariseos, preguntó: «¿Es lícito curar los sábados, o no?»
Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió.
Y a ellos les dijo: «Si a uno de vosotros se le cae al pozo el hijo o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?»
Y se quedaron sin respuesta.

Palabra del Señor.

La mirada que sana:

Jesús no solo vio a un enfermo, vio a un hombre que sufría. Los demás lo miraban con curiosidad, quizá para poner a prueba al Maestro; pero Jesús lo miró con compasión. En nuestras parroquias y comunidades, muchas veces también hay “enfermos” de alma: el que se siente desplazado, el que perdió la esperanza, el que vive con miedo o culpa. Y no basta con verlos; hay que detenerse, como hizo Jesús.
Porque el Evangelio de hoy no es una historia antigua, es una invitación presente. Nos recuerda que el amor de Dios no tiene horario de oficina. No se limita al domingo ni a los templos. Se vive en el momento preciso en que alguien necesita ser escuchado, abrazado o comprendido.

El sábado y la misericordia:

Jesús rompe el esquema de lo permitido para mostrarnos lo que verdaderamente importa: la vida humana. A veces, en los movimientos apostólicos, nos pasa algo parecido. Nos preocupamos tanto por el reglamento, por la forma, por “cómo se ha hecho siempre”, que olvidamos que el fin de todo apostolado es servir con amor.
La misericordia no pide permiso; actúa cuando el corazón lo exige. En un grupo parroquial, esto puede significar cambiar una reunión por acompañar a alguien enfermo; o posponer una actividad por visitar a una familia en duelo. El sábado no se profana cuando se ama. Se consagra.

Las manos que curan:

Jesús no hizo una gran ceremonia. Tomó al hombre de la mano. Ese gesto sencillo es el centro de todo. No pronunció discursos, no pidió testigos, no buscó aprobación. Solo un contacto humano que transmite ternura.
A veces pensamos que evangelizar es hablar mucho, cuando en realidad se trata de tocar el corazón. Una visita al hospital, un saludo sincero a quien suele pasar inadvertido, un plato compartido con quien no tiene. Todo eso también es curar. La fe se hace creíble cuando se vuelve cercana.

El silencio de los fariseos:

Mientras Jesús actúa, los otros callan. No por respeto, sino porque su corazón está endurecido. Ese silencio de juicio aún se escucha en nuestras comunidades cuando alguien actúa diferente o se atreve a mostrar compasión fuera de lo “habitual”.
Jesús no responde con reproches, sino con una pregunta que desarma toda hipocresía: “Si tu hijo cae al pozo, ¿no lo sacarías?”. Es decir, ¿cuánto vale una vida para ti?
Nosotros, los que servimos en la Iglesia, deberíamos hacernos esa pregunta más seguido. Cada vez que priorizamos el reglamento sobre la persona, cada vez que olvidamos la misericordia, estamos dejando al hijo en el pozo.

Amar sin calendario:

El Evangelio de hoy nos enseña que la caridad no conoce calendario. No hay descanso cuando alguien sufre.
Quizá esa sea la mayor enseñanza para nuestra vida cotidiana: que cada jornada de trabajo, cada reunión, cada encuentro parroquial, puede ser una oportunidad para sanar a alguien.
Jesús no vino a enseñarnos a obedecer reglas, sino a amar sin medida. Y cuando amamos, el tiempo se vuelve santo. No importa si es sábado o lunes: lo que cuenta es la compasión con que tocamos la vida del otro.

Meditación Diaria: El amor verdadero no se aplaza. Jesús nos muestra que la misericordia es más urgente que cualquier norma. En nuestras comunidades y hogares, siempre habrá alguien que necesite una palabra amable, un gesto sencillo o una mano extendida. No esperemos al “momento correcto”; el momento correcto es ahora. Cada día ofrece una oportunidad para aliviar el dolor ajeno, escuchar al que nadie escucha o sonreír al que ha perdido la fe en los demás. Así se construye el Reino: con actos pequeños, pero nacidos de un corazón grande. Que aprendamos a vivir la compasión como un hábito, no como una excepción.