Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,1-16.18-23):
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios-con-nosotros».»Palabra del Señor.

La historia que da sentido a nuestra propia historia:
Cuando leemos una genealogía, a veces la pasamos por alto. Nos parecen listas de nombres antiguos sin mucho sabor. Pero esta lista con la que comienza el Evangelio de Mateo no es solo un árbol genealógico. Es una confesión de fe: Dios entra en nuestra historia a través de personas concretas, con sus luces y sombras.
Abraham, Judá, Tamar, Rahab, David, Salomón, la esposa de Urías… Todos con historias humanas, algunas difíciles de contar en voz alta en un templo. Y aun así, ahí está Dios, caminando en medio de sus imperfecciones. Eso es lo que vuelve tan bello este pasaje: nos recuerda que Dios no trabaja con gente perfecta, sino con gente real. Y eso incluye a cada uno de nosotros en la parroquia, en los movimientos, en la comunidad.
José: el silencio que edifica:
José es un hombre discreto. No habla una sola palabra en los evangelios. Pero su silencio no es pasivo. Es una decisión, una entrega, un “sí” sin espectáculo. Cuando descubre que María está embarazada y no entiende cómo ni por qué, podría haber reaccionado con dureza, buscando justicia a su manera. Pero elige la compasión.
Y en su compasión, Dios le habla. No en el ruido, sino en un sueño. A veces queremos que Dios grite, que nos aclare el camino con señales luminosas, pero muchas veces sus mensajes vienen en el susurro de un sueño o en la voz de un hermano que nos mira con ternura en un retiro.
José nos enseña que la ternura no es debilidad. En la parroquia, cuando el equipo se desgasta, cuando surgen los roces, cuando se repiten los mismos problemas, José nos invita a confiar sin levantar la voz, a tomar decisiones valientes desde la paz.
Dios con nosotros, también aquí:
“Emmanuel” no es solo un bonito nombre navideño. Es una promesa. Dios no se quedó allá en el cielo, mirándonos desde lejos. Se metió en nuestro barro. Nació entre olores de establo, en una familia sencilla, con una historia familiar llena de heridas.
Esa es la esperanza que da sentido a nuestro trabajo en la comunidad: saber que cada reunión cansada, cada visita a un enfermo, cada catequesis donde los niños están inquietos, no está separada de Dios. Él está allí. No solo nos acompaña, sino que ya está esperándonos en medio de lo pequeño, de lo difícil, de lo cotidiano.
Cuando el plan de Dios interrumpe el tuyo:
José tenía un plan: casarse con María, formar un hogar tranquilo. Pero Dios irrumpió en su vida con un giro inesperado. ¿Cuántas veces nos ocurre eso en nuestras familias, en los ministerios, en los movimientos apostólicos? Justo cuando creemos tener el rumbo claro, llega algo que lo sacude todo.
Aceptar la voluntad de Dios no es siempre entenderla. Es abrazarla. José no pidió explicaciones. Confió. Tal vez eso es lo que más necesitamos hoy: fe para confiar cuando las cosas no cuadran, cuando el plan parece desmoronarse, pero el amor sigue presente.
Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos invita a mirar nuestras historias personales con otros ojos. Como la genealogía de Jesús, nuestras vidas están llenas de altibajos, decisiones difíciles y momentos de silencio. Pero allí, en lo que a veces sentimos como caos, Dios va tejiendo su plan. José nos inspira con su ternura y valentía. María nos recuerda que la confianza no necesita garantías. Y Jesús, el Emmanuel, nos asegura que no estamos solos. En cada paso de nuestra misión parroquial, en los espacios de comunidad donde servimos y amamos, su presencia discreta pero constante nos anima a seguir adelante. Él no abandona lo que empieza. Y lo que empieza en nosotros, aunque parezca pequeño, puede cambiar muchas vidas.