¿Quién Soy Yo para Juzgar? Un Eco del Evangelio

¿Quién Soy Yo para Juzgar? Un Eco del Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,1-5):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita; sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor.

Juzgar a los demás:

Cuántas veces, sin darnos cuenta, dejamos escapar un juicio sobre la vida ajena. Bastan segundos para señalar con el dedo, para murmurar tras una puerta, para etiquetar a alguien como “el que se equivoca siempre”. Y mientras lo hacemos, olvidamos lo que dijo Jesús: “No juzguen y no serán juzgados”. Estas palabras son como un bálsamo, pero también un reto. En el barrio, en la parroquia, en el trabajo, ¿cuántas veces podríamos guardar silencio en vez de condenar?

La astilla y la viga:

Es curioso cómo la vista se afina para descubrir el defecto pequeño en otros, pero se vuelve miope para reconocer lo que cargamos dentro. Jesús lo expuso de forma casi humorística: ves la astilla en el ojo ajeno, pero ignoras la viga que tienes en el tuyo. Esto cala hondo cuando uno vive en comunidad parroquial. Cada uno arrastra debilidades, manías, malos ratos. Saberlo debería hacernos más humildes y menos propensos a señalar.

En la parroquia y en la familia:

Cuando la familia se convierte en un lugar de juicios y acusaciones, se quiebra la confianza. Lo mismo ocurre en los grupos de apostolado: cuando alguien siente el peso de la crítica constante, se marchita su entusiasmo. La voz de Jesús invita a otro modo de convivencia: uno donde se corrija con amor, se acompañe en la caída y se celebre cada paso hacia adelante. No hace falta un sermón; basta un abrazo, un consejo suave, una escucha paciente.

Una mirada más compasiva:

Qué distinto sería nuestro día si antes de juzgar, respiráramos hondo y preguntáramos: “¿Qué herida cargará esta persona para actuar así?”. Esta pregunta no justifica errores, pero abre puertas a la comprensión. En la comunidad parroquial, suele ser más eficaz tender la mano que lanzar reproches. A veces el silencio cariñoso y la oración por el otro valen más que mil palabras.

A la luz de Jesús:

Dejar de juzgar no significa renunciar a la verdad. Significa mirar con los ojos de Jesús: esos ojos que ven la miseria y el tesoro escondido en cada uno. La próxima vez que surja la tentación de criticar, pensemos: “¿Qué diría Jesús de esta persona? ¿Cómo la trataría?”. Tal vez la respuesta nos desarme. Nos recordará que el amor no se alimenta de murmullos, sino de gestos sinceros, de manos que levantan, de palabras que sanan.

Meditación Diaria: Hoy, al escuchar a Jesús decir “No juzguen”, el corazón se ablanda. Qué alivio saber que podemos liberarnos de la cadena de criticar y ser criticados. En la familia, en la parroquia, en el trabajo, es posible reemplazar el juicio por la comprensión, la dureza por la ternura. Si cada uno se atreviera a barrer primero la suciedad de su propio rincón del alma, la convivencia sería más ligera, más alegre, más humana. Pidamos a Jesús que nos regale un corazón limpio de prejuicios y una lengua prudente. Y que nuestros ojos aprendan a ver la belleza incluso en quien hoy nos incomoda. Porque Él nunca vio basura en nadie, solo un hijo que necesitaba ser amado.