Lectura del santo evangelio según san Juan (16,16-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron entonces algunos discípulos:
«¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».
Y se preguntaban:
«¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:
«¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».Palabra del Señor.

Un poco de tiempo:
“Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”. Esta frase de Jesús puede parecer confusa, incluso desconcertante. Pero es precisamente en ese “poco de tiempo” donde se juega la fe de los discípulos. La vida está llena de estos intervalos inciertos, entre el dolor de la pérdida y la esperanza de un reencuentro. En la comunidad, muchas veces vivimos situaciones similares: una crisis familiar, una enfermedad, un alejamiento. Todo parece detenerse. Pero ese “poco” tiene un propósito. No es abandono. Es preparación.
El valor de las lágrimas compartidas:
Jesús no niega que habrá llanto y luto. Él lo anticipa con ternura, como quien conoce de antemano la herida. “Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. ¿Cuántas veces en nuestras parroquias acompañamos a hermanos que han perdido a alguien, o que están sumidos en preocupaciones? El evangelio no promete una vida sin lágrimas, pero sí asegura que ninguna lágrima es en vano. Incluso el ministerio pastoral muchas veces se construye en esos silencios donde solo cabe acompañar y esperar.
La vida en comunidad también pasa por el duelo:
A veces, cuando un grupo misionero se estanca, o cuando una pastoral pierde miembros por desánimo, lo que se vive es una forma de duelo. El “ya no me veréis” se experimenta como ausencia del Espíritu, como sequía. Pero justo ahí comienza el camino del corazón. La clave está en no apresurarse, en no llenar el silencio con ruido o con fórmulas vacías. Esperar con el corazón abierto es una forma de fe.
Jesús regresa donde hay amor:
La promesa de Jesús es clara: volverá. Y no habla de un regreso espectacular, sino íntimo. Ese «me volveréis a ver» se cumple en la oración sencilla, en una visita al sagrario, en una confesión sincera, en el gesto callado del hermano que consuela. El Señor no se ausenta del todo; se oculta para purificar nuestra mirada. Y cuando volvemos a verlo, ya no es el mismo Jesús de antes. Es más nuestro, más cercano, más vivo.
Aplicación en nuestra misión diaria:
En el trabajo parroquial, hay días en que uno siente que siembra y siembra sin fruto. Los movimientos apostólicos también enfrentan momentos de cansancio, de incomprensión. A veces se quiere dejar todo. Pero el Evangelio de hoy nos recuerda que en todo dolor hay un parto, y que la alegría futura no es un premio, sino una consecuencia. Lo que ahora duele, será lo que mañana dará fruto. La comunidad que sabe esperar con fe es la que florece con gozo auténtico.
Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos invita a vivir con esperanza incluso en medio de la oscuridad. Jesús nos recuerda que hay tiempos de ausencia que no son finales, sino estaciones que preparan la cosecha. En la vida parroquial, en nuestras familias o grupos de apostolado, a veces sentimos que la tristeza se alarga. Pero la promesa del Señor permanece: “vuestra tristeza se convertirá en alegría”. No es una alegría artificial, sino aquella que brota de haber caminado juntos en la prueba. Hoy podemos abrazar el silencio, el dolor o la espera como lugares donde Jesús trabaja en lo oculto. Y cuando menos lo esperemos, su presencia volverá a iluminarlo todo. Confiemos: Él siempre vuelve.